miércoles, 21 de junio de 2017

La princesa que cambió la historia (Don’t waste your weekend in the net)

A veces nos tenemos que tragar marrones e incluir en la programación a artistas, autores, escritores por razones, digamos, sociales. Para confeccionar nuestra programación nos basamos en el olfato de nuestros técnicos, en las propuestas que recibimos, y en nuestra propia experiencia: es decir en factores profesionales. Aun así, vengo años queriendo reducir al mínimo los criterios subjetivos, teniendo en cuenta que somos una institución pública que gestiona fondos públicos, y para las actividades de mayor presupuesto al menos, como los conciertos, veía oportuno hacer convocatorias públicas. Sin embargo, hicimos una primera el año pasado, y no funcionó como hubiera querido: pocas propuestas y de calidad un tanto relativa; es una fórmula bastante novedosa y tal vez si insistimos, hacemos hincapié en la difusión, pueda funcionar; pero por ahora hemos vuelto a la forma habitual.

En aras de la sinceridad, cuando nos llega alguna recomendación de amigo o persona notable para invitar a tal o cual conferenciante, artista, escritor, la recibimos en general con más cautela que entusiasmo. Digo todo esto, a cuenta de la escritora casi novel, Marta Galatas a la que pensé me vería obligado a presentar alguna de sus novelas –dos publicadas hasta la fecha- hasta que leí sólo unas líneas de su primera, y comprobé que no se trataba ni mucho menos de una escritora accidental o amateur. Y ahora, tras leerla completa con avidez, soy yo el que recomiendo a mis compañeros -aquellos que dirigen centros en cuyas ciudades transcurren sus novelas- que inviten a Marta a presentar su obra.

La primera novela de Marta no ha alcanzado la notoriedad de la segunda: “Dejé mi corazón en Manila”. Y ello, creo que se debe a la editorial, que no ha cuidado la edición ni la difusión cómo sí ha hecho la editorial de la segunda. Tras el éxito de ésta, bien valdría intentar una re-edición de “La princesa que cambió el mundo”, ópera prima, en la que la autora capitaliza con mucha eficacia sus conocimientos –y seguro que experiencias- de vidas anteriores; no en vano es licenciada en Historia del Arte, y su actividad profesional ha estado inmersa en el mundo de los anticuarios, y en el del diseño de muebles. Más que irse reciclando en distintas actividades Marta ha ido acumulando saberes y experiencias que ahora nutren y permiten materializar la que sospecho es su verdadera, o al menos más fuerte, vocación: la de contar historias, indagando en el misterio poliédrico del alma humana: o sea la Literatura.

Como buena historiadora, la autora se documenta pormenorizadamente sobre los hechos históricos y los lugares que definen los escenarios de su novela; y construye una estructura sólida que le permite controlar a sus personajes, sus relaciones, sus recorridos, creando tramas espacio-temporales de una cierta complejidad, con las que está tejida la novela. Y lo hace con la seguridad de un buen director de orquesta o de un arquitecto experimentado, sin permitir que un motivo especialmente armonioso o un hallazgo afortunado alteren el avance equilibrado de la composición.

Otros dos títulos, de autores más que consagrados, me han venido a la cabeza al ir leyendo “La princesa …”: La tabla de Flandes de Pérez Reverte, y Real Sitio de José Luis Sampedro. Como en estas, el relato se desarrolla en dos momentos diferentes: el contemporáneo y el de una determinada época histórica, en concreto en la del Cinquecento florentino. He de confesar que tras La sonrisa etrusca, maravillosa creación del gran economista, me decepcionó el desenlace de Real Sitio, tras un comienzo y planteamiento magistrales. De La Tabla, qué decir: fue esencial para la eclosión finisecular del reportero Reverte en el panorama literario europeo.     

Aunque es ópera prima, La Princesa es una novela escrita desde la experiencia; por lo que sin perder la frescura de la obra de autor novel no cae en el frecuente error de los noveles de querer agotar todos los registros en su primera obra. Seguramente hay mucho de autobiográfico; resulta bastante evidente al leer el perfil de la autora, aunque  ¿qué novela en mayor o menor medida no lo es?

En esencia la novela narra la búsqueda que la protagonista emprende de su propia identidad; es por ello una novela clásica, que se adentra en el análisis de los aspectos más íntimos de la personalidad; al mismo tiempo moderna, por su profundidad sicoanalítica, y también posmoderna, por la forma relativa y contradictoria (tan contemporánea) en la que la protagonista vive las relaciones humanas.      

Resulta interesante la forma tan natural en la que se presentan las escenas de sexo, y sobre todo cómo ayudan a dibujar el perfil de los personajes que las viven, y a poner de relieve las contradicciones que les atormentan. La sexualidad entendida como una manera de encontrarse a sí mismo (a sí misma en este caso) a través de los otros. ¡Puro Freud!

Mérito extraordinario el de Marta Galatas, y extraordinaria su determinación: hace unos pocos años se inscribía en un taller de escritura narrativa, y –alumna aventajada- ha entrado ya en el dificilísimo mercado editorial. Confiemos en que La princesa se reedite, y en que pronto podamos leer nuevos títulos de esta autora.

La novela que comentamos se circunscribe a una capa social determinada, la alta burguesía, sin concesiones a la aparición de personajes (salvo algún sirviente, y tal vez el socio anticuario) de clases menos acomodadas. Tiene todos los ingredientes propios: lujo, glamour, sensualidad, para convertirse en un best-seller, llevarse al cine, etc. Y eso estaría muy bien –¡cuántos lo sueñan!- siempre que no supusiera un riesgo para la autora de quedarse en ese ámbito, ya que tiene talento, oficio, y recursos como para ser mucho más que una escritora de best-sellers.    






[1] GALATAS, Marta. “La princesa que cambió la historia”. SIAL Ediciones, 2015. Madrid 

domingo, 26 de marzo de 2017

No soy monja; soy persona.




María Pérez Caballero, Bilbao 1940-Saipán 2016, in memoriam.
(Próxima aparición en Revista Española del Pacífico)                                           

Las Mercedarias de Bérriz constituyen el epígono misionero de la proyección ibérica, iniciada en el siglo XV, una proyección de alcance universal, uno de cuyos hitos más relevantes -la primera circunnavegación del globo por Juan Sebastián de Elcano- vamos a conmemorar en su quinto centenario, en un lustro. 

Llevadas por el empuje de su fundadora, la beata Margarita María de Maturana, las Mercedarias de Bérriz llegan a las islas del Pacífico, Marianas y Carolinas, en los años 20 del pasado siglo, donde desarrollan una extraordinaria labor, contribuyendo a la formación, hasta hoy mismo, de generaciones de niñas isleñas.

Conocí a María en el año 1997. Con Rosario Arberas eran entonces las dos mercedarias españolas responsables de la buena marcha del Our Lady of Mercy Catholic High School, de Ponapé, cuando llegué a esa isla mágica por primera vez. Yo buscaba, por encargo de la Dirección general de Cooperación del Ministerio de Cultura, vestigios materiales de la presencia española en las islas Marianas, Carolinas y Palaos. Dedicaba el día a apasionantes excursiones por la isla, y tras ponerse el sol me dirigía a la Misión católica, a la residencia de las mercedarias, donde les hablaba a María y a Rosario de mis hallazgos y de mis aventuras del día. Nos reíamos muchísimo con estas últimas. Con mucha dignidad, sin lujos, aquella casa era mucho más acogedora que el buen hotel al que me iba a descansar, después de cenar con ellas. Desde el primer momento Rosario y María me hicieron sentirme como en mi propia casa; parecía que las conocía de toda la vida, como si fueran auténticamente mis hermanas mayores.

María, encarnaba la joie de vivre, la alegría de vivir; ilustraba a la perfección -por antítesis- la máxima teresiana de "un santo triste es un triste santo". Como Santa Teresa, tenía también un punto de anticonformismo, de rebeldía tal vez ante los encorsetamientos y las etiquetas. Cuando pienso en ella me viene a la cabeza una frase que una vez le oí decir, y que era toda una declaración existencial: "no soy monja, soy persona". La única etiqueta que admitía era, además de la de persona, la de hermana. Obviamente se refería a las connotaciones negativas que el término “monja” ha podido acarrear con los años. Ella le daba la vuelta a todo eso: religiosa, misionera, hermana. Hacerse monja significaba para parte de la sociedad desde hace muchos años, un último remedio, una reclusión, una solución resignada. Pero ser como María, una persona que movida por la fe cristiana emprende una misión dirigida a los demás, y hace de ella su razón de vivir, es un ejemplo apasionante de vida.     

María era libre, alegre, pienso que feliz, extremadamente jovial, mucho más joven de lo que apuntaba su edad biológica. Ah, y también muy vasca, aunque sólo volviera a España una vez cada cinco años.
Invita a la reflexión comprobar que personas como María, que dedican su vida entera a los demás, y no tienen ni guardan nada para sí, son las que nos transmiten una sensación mayor de bienestar interior, de paz y de satisfacción en la vida. Ahora que todo el mundo busca neuróticamente la felicidad individual, María era el mejor testimonio de cómo acercarse a ella, por medio de los demás. Mucho más útil su testimonio que cien libros de autoayuda.   

María era "la bomba". A todo el mundo conocía, todo el mundo la saludaba, a todos sonreía. Le gustaba, en los desplazamientos ir en la parte trasera, descubierta, de la pick up, que conducía Rosario, de solo dos plazas contando la de la conductora, cediendo siempre el asiento del copiloto a quien pudiera ir con ellas, yo mismo, algunas veces. Comunicaba con todo el mundo como los ángeles; no le importaba lo más mínimo que su pronunciación en inglés –marcando las erres- fuera más próxima a Guecho que a Oxford.  

Nos veremos María: en tu Pohnpei, o en Maturana Hill; tal vez en Nan Madol, a donde no fuimos nunca juntos, o como la última vez en los pabellones Juliana Guijo de la escuela donde enseñaste a tantas niñas, y que quedaron estupendos, una de mis mejores obras como arquitecto. Nos veremos María. Como cantaba Vera Lynn…  

We’ll meet again
Don’t know where
Don’t know when
But I know we’ll meet again
Some sunny day

Gracias por todo.