viernes, 19 de enero de 2024

TRES NOVELAS ESCRITAS POR ¿Y PARA? MUJERES

Desde hace algún tiempo leo muchos más libros de los que compro: los autores me los regalan; más bien debería decir autoras, en relación con esta glosa que voy a hacer de tres libros de tres escritoras, uno de los cuales me regaló directamente su autora, Elia Barceló, y los otros dos fueron donaciones a la biblioteca del Instituto Cervantes de Manila: de Cristina López Barrio y de María Antonia Quesada, respectivamente, siendo yo el primer usuario de la biblioteca que ha solicitado su préstamo.

Elia Barceló y Cristina López Barrio impartieron sendos talleres de escritura creativa en el cervantes[1] de Manila; el libro de María Antonia me llegó a través de su hija Almudena, que trabajaba en la Oficina Técnica de Cooperación de la Embajada de España en Manila. Hace ya tiempo, antes de que todos entráramos en la era digital, las mujeres en España se lanzaron a "consumir" literatura en proporción sensiblemente superior a la de los varones. En el metro de Madrid entonces, antes de que todo el mundo comenzara a utilizar sus móviles como una extremidad de su cuerpo más, se veía a mujeres, sobre todo jóvenes, leyendo siempre en los vagones; eso ya es historia, pues todo el mundo cuando va en metro ahora va mirando el móvil; esa proliferación de lectoras, en las últimas décadas, de alguna manera ha tenido su derivada en la proliferación de autoras, que como en ninguna época anterior, copan las listas de los libros más vendidos.

Como digo, han llegado a mí por regalo o por donaciones estos tres libros que son los últimos que he leído, más bien devorado. El primero que cayó en mis manos fue el de María Antonia, del que me llamó la atención sobre todo la originalidad en la elección del narrador, mejor dicho de los narradores, ya que son los distintos personajes principales de la novela los que van relatando la historia; (enfoque narrativo múltiple). Podría haber resultado más efectiva si el estilo narrativo hubiera cambiado marcadamente con el narrador; a veces al lector le puede costar identificar quién es el narrador de un capítulo determinado, ya que por la uniformidad en el estilo pareciera que fuera la misma persona la que narra, cuando en realidad son diferentes personajes con muy diferentes identidades.

Tanto en la novela de María Antonia como sobre todo en la de Elia, adquiere un protagonismo fundamental la casa, o la hacienda, en la que transcurren gran parte de los acontecimientos. Al igual que ocurre en Rebeca con Manderlay, podríamos decir que la casa es la protagonista principal y los personajes y sus identidades, están en parte definidos en función de su relación con dicha propiedad.

En los tres casos podemos hablar de sagas familiares; son varias generaciones de una misma estirpe las que aparecen en los relatos. Las tres novelas serían también muy cinematográficas y podrían dar lugar sin duda a series de televisión. Uno se queda con ganas de saber qué les va a ocurrir a esos personajes más allá del momento en el que termina el relato en la novela respectiva.

El personaje principal es siempre una mujer, en la que se vislumbran rasgos autobiográficos de la autora. Cristina lo explícita, en varias ocasiones en boca de Flora, la protagonista de su novela, que como la Greta de Elia es la narradora, y aunque en la de Maria Antonia la función narrativa se reparte –como hemos dicho- resulta bastante evidente identificar a Carmen como la protagonista principal. Flora y Greta son traductoras; Carmen ingeniera.

Solo una de ellas es madre, la de Elia; a la de Cristina le obsesiona no serlo; la de María Antonia no se lo plantea. En ningún caso su relación de pareja es satisfactoria. La protagonista de Elia ya se ha separado de su marido al comenzar la novela; la de Cristina lo acabará haciendo. La de María Antonia empieza una relación homosexual de incierto futuro. Pero en ninguno de los tres casos la protagonista tiene una relación heterosexual satisfactoria.   

El ingenio de los mediocres es el título de la novela de María Antonia Quesada; un título que quizá no resulta tan sugerente como los títulos de las otras dos novelas: Muerte en Santa Rita el de Elia, y Niebla en Tánger, el de Cristina. Un título es importante para atraer a un lector que todavía no conoce a la autora, y sin duda el acierto en la elección del título ayudará a difundir la novela, con independencia de la calidad de su contenido

Llegado este momento resulta inevitable plantearnos la siguiente pregunta: ¿Es que podemos hablar de una literatura escrita por mujeres, con unas características propias diferente a la literatura escrita por varones? ¿Es que esta literatura escrita por mujeres es de alguna manera respuesta a una problemática que interesa especialmente a la mujer contemporánea en un rango de edad entre, digamos, 25 y 65 años?

En las novelas de Elia y de Cristina, las protagonistas comparten un hastío por la relación matrimonial tradicional que ha ocupado gran parte de sus vidas. Son ellas las que dan el paso para concluirlas, sin que haya ni infidelidades, malos tratos o nada parecido. Se van, o se quieren ir de la relación porque ya no pueden crecer en ella, y los maridos no pueden seguir siendo -si es que alguna vez lo fueron realmente- compañeros de viaje. Lo que buscan, como las mujeres de nuestro tiempo, es su realización personal por sí mismas, no como esposas, madres o hijas, aunque sean todo, o casi todo ello.

El caso de Flora, en la novela de Cristina, es sumamente explícito: hay tres hombres en su vida en el momento de la novela: su cansino marido, su atractivo amante de una noche, y su maravilloso compañero de aventura en Tánger. Pero lo último que sabemos de ella es que se ha ido a vivir sola.

Aparece la homosexualidad con la naturalidad de la vida misma, de forma tangencial y poco exitosa en Santa Rita, y de forma asertiva en Ingenio, como la opción preferida, pero no determinante de su protagonista.

En definitiva no se trata de sacrificar la vida por nada ni por nadie, sino de vivirla (de forma propia). En eso las tres novelas son muy feministas, en sentido esencial y positivo, sin necesidad de atacar a nadie, ni de utilizarlo como bandera política, reivindicando el valor de la mujer en sí misma y no con relación a otros. En ello podamos quizás encontrar, sí, un rasgo característico, no ya feminista sino femenino de esta literatura escrita por mujeres y que leemos todos con gusto y fruición.   

Niebla en Tánger. Cristina López Barrio. Editorial Planeta, 2017

El ingenio de los mediocres. María Antonia Quesada,  Olé Libros, 2021

Muerte en Santa Rita. Elia Barceló. Roca Editorial de libros, 2022




[1] Reivindico el nombre común “cervantes” para designar a un centro del Instituto Cervantes.  




martes, 13 de julio de 2021

The Spanish influence on Philippine Architecture. Facts and misperceptions

 

The nature of Spanish colonization

The talk, with which the UP College of Architecture had honored me to participate on the inauguration on the on-line exhibit on the Spanish influence in Philippine architecture, takes us to that period from 1565 to 1898 when the Philippines belonged to the Spanish Monarchy. If you notice, I am not saying that the Philippines was a colony of Spain, or that the Philippines belonged to Spain. They are important nuances, in whose etymology we find reasons that will help us understand many things when we talk about architecture. Take note also that the title is not “The Spanish Architecture’s influence on Philippine Architecture”. This aspect is of capital importance, because, as we will see, the influence is basically conceptual rather than formal.

The Spain of today is not the Spain of the 16th, 17th, 18th or 19th centuries. I would say that today’s Spain is one of the inheriting states of what was once the Spanish Monarchy Empire, together with the republics of Latin America and the Philippines.

As Spain, France, Portugal, Italy, Romania, and the different territories of southern Europe, western Asia and North Africa share the heritage of the Roman Empire, as well the kingdom of Spain and the aforementioned republics share the heritage of the Spanish monarchy. In the same way that nobody would take a toll on the current Italian people or government for the positive or negative aspects of the Roman Empire, nobody should blame or praise the nowadays Spain regarding what happen during Spanish Monarchy Empire.

The fundamental difference between the colonizing action of the Spanish Monarchy Empire (and the Roman Empire) compared to that of the British Empire is that the former advocated integration meanwhile that of the latter was essentially discriminatory and segregationist. For example: Three men born in Hispania came to occupy the imperial throne in Rome. The Spaniards mixed their blood in the Americas, promoting miscegenation, which produced great figures like Garcilaso de la Vega, both Castilian and Inca, one of the best writers in Spanish language in the Renaissance. On the contrary in the Anglo-Saxon colonies they created indigenous reserves.

The Romans had reached territories whose societies were much less structured than the Roman one. They developed in them a civilizing action whose imprint is still palpable, in monuments, in their legal systems, and in other cultural and social manifestations. We can say something similar about the American and Philippine territories colonized by the Spaniards.

Just as Spaniards merged with the indigenous peoples of the Americas and the Philippines, their cultures also fused together, giving rise to new ethnic, social and cultural realities. It was very different what happened with the British colonization of North America or Australia, or with the one of other European countries such as the Netherlands. The Spanish philosopher Julián Marías made the point perfectly about the difference with a botanical simile. “The British transplanted their society and culture to overseas territories; the Spaniards grafted them.”

The Castilians brought in their cultural DNA features of the Greco-Roman and Muslim cultures. The latter as a fruit of eight centuries of Arab and especially Berber presence in the Iberian Peninsula. But they came to the Philippines through the viceroyalty of New Spain (current Mexico). Let’s not forget that Legazpi was the Mayor of Mexico City when he embarked for the Philippines from the port of Navidad (today in the state of Jalisco). So, they brought also with them some features of the Novohispanic culture. Different ingredients were brought by the Spaniards to the islands to merge with the existing pre-Hispanic ones.

                                                             *       

The first consequences of the Spanish presence in the archipelago, regarding architecture, are urban planning and stone construction. As it is well known, Legazpi founded the Spanish Manila (450 years ago right the past month) on the Maynilad settlement, ruled then by Rajah Sulayman. He did it by following the specifications of the Laws of the Indies[1]. Under this body of regulations hundreds of cities were created in the Americas. From then on the urban form of Intramuros has remained almost intact all these centuries in the Manila plan.

Regarding construction in stone, we do not have any evidence –at least none that I know of– that the people who inhabited the islands used stone in their constructions, as did other Pacific people, such as the Chamorro in the Marianas. As it is well known, it was father Antonio Sedeño, one of the first Jesuits to arrive in the archipelago, who began to exploit the quarries of Guadalupe and Meycauayan and also to instruct the locals about how to carve stone.

The constructions of the first Manila, made of wood and thatch, were easy to burn. As we know from the chronicles, at least two large fires ravaged the city in those early times; one was a consequence of the invasion of the Chinese pirate Limahong (1574), and the other one was originated by the flame of a candle from the burial mound of Governor Ronquillo (1584). Stone was a safe material against the risk of fires. We know from the chronicles, that Manila was reconstructed and flourishing with stone buildings. So, we may wonder: Were they buildings built in the Spanish way?


Intangible influences

Here it would be interesting to stop and ask what is a building built in the Spanish way, or what are the features that identify a building as Spanish. A question that we cannot possibly answer simply and categorically: From what era, from what region, what type? The architect and historian Fernando Chueca tried to answer this question in his Invariantes castizos de la arquitectura española (Authentic Invariants of Spanish Architecture). In this study, which is already a classic, there is not much talk about the materials that are associated with Spanish architecture, as clichés, such as tile curves, arches, grills or white plasters. Moreover, what it is done is to identify nonmaterial features related to spatial and structural composition.

So, we can make the exercise of testing whether those invariants of Spanish Architecture are found in Filipino Architecture. Let’s try first with the square proportion. According to Chueca if comparing the Spanish architecture with the ones of other European countries we can conclude that buildings in Spain trend to be less slender than in other European countries. Therefore, façades are usually more in the square than in the rectangular scheme. The reason of that feature could be found in the Muslim tradition in which the square form is the origin of any patterned composition. We find the same feature in the Fil-Hispanic architecture, although we might wonder whether this is because of an aesthetical sensitiveness or moreover as a consequence of the adaptation of the buildings to the earthquake hazards. In any case a substantial percentage of Filipino churches façades can be inscribed in an almost square pattern, which I have come to define as the 3 x 3 pattern. We can follow a similar reasoning regarding domes, which are as scarce in Spanish as in FilHispanic architecture.

However there are other features as the space fluency that we don’t find in the Philippines. Or in other sense we cannot say that in the Spanish architecture the octagonal shape is as present as it is in The Philippines.           

But let’s continue with the discussion about whether the Filipino buildings at the end of 16th century were influenced by Spanish Architecture. And the best way is to look at an example of these buildings in order to answer the question: the only one that remains from that time, the oldest construction in the entire country: San Agustín church. Can we find similarities of San Agustín with some Spanish temple? Yes and no. Yes in the typology, but not so much in the formal aspects. It has been said that San Agustín follows the model of the Augustinian church of Puebla (Mexico). It has its logic: the Augustinians were great builders, first in the New Spain and later in the Philippines. Those Augustinian friars came directly from the New Spain. Many of them were already been born there, and they had never set foot in Spain.

If we analyze the plan of San Agustín, we can see that it follows the typological model in fashion at that time throughout the Christianity: the Church of Il Gesu in Rome by Vignola, the architectural type that prevailed to host the new liturgy emanated from the Council of Trent, that of the Counter-Reformation. And the secret of its survival yields precisely in this typological choice. You must have read that its resilience to earthquakes is due to a foundation in the form of an inverted dome, or you must have read that the fact that San Agustín has withstood all the earthquakes suffered by Manila, while all the other buildings collapsed, was due to a miraculous cause. Perhaps it was the Santo Niño, guarded by the Augustinians in Cebu, who worked the miracles. Don’t pay too much attention to those theories, it has a much more rational explanation, its layout: the lateral chapels between buttresses brace the central nave and give a great rigidity to the whole edifice: pure anti-seismic design avant la lettre. But at the same time, Il Gesu of Rome follows the model of a temple, this time genuinely Spanish: the church of San Juan de los Reyes convent, in Toledo.

Therefore, we see that the emblem of Philippine architecture at the turn of the 16th to the 17th century follows the guidelines of the classical Greco-Roman architecture (facade, pilasters, nave, dome, etc.) the specific type that was born in Toledo, which through Renaissance Rome is projected throughout Christendom, and arrived in Manila from the New Spain.

But here in Manila we come across with an unskilled labor force, who is going to interpret the models in a particular way. And also this architecture encounters the Chinese factor: the Sangleys who will be fundamental in the entire history of Philippine architecture. They are going to introduce their own sensitiveness. These factors created a peculiar formal vocabulary, in a way different to the buildings we find in Spain from that time.

As it has been said many times, the Philippine architecture is a synthesis architecture, in which the Spanish factor acted as a vehicle or a catalyst, causing and allowing the setting of components (ingredients) of very different origin, with the result of a very unique architecture.

The Spanish factor is part of the Filipino identity, just as Greco-Roman and Arabic-Berber factors formed part of the Spanish one. Architecture, like any other manifestation of the culture of a people, is in turn a manifestation of its identity. It is therefore inevitable that Spanish architecture has influenced Philippine architecture. However, this influence must be understood in a vehicular key in the same way that the Spanish language was the vehicle for the development of a Filipino literature.

                                               *

Tangible influences

Now it would be interesting to analyze how this influence, of ontological character (identity) and therefore abstract, is manifested or not in concrete aspects. For this task, the best way might be to take a typological tour through the different types of architectural structures that have survived to this day in the Philippines.

 Churches: they are the most characteristic elements of the Spanish-Filipino heritage and perhaps, for this reason, we could think that it is where we are most clearly going to find these influences. The Philippine churches, as it is well known, constitute in a very high percentage the embryo of Philippine towns and cities. In fact, the Fil-Hispanic church (simbahan), more than an isolated body, is an articulated set of buildings and spaces: the atrium, the church proper and the convent. It follows the model that had begun to develop in the central decades of the 16th century in New Spain: the objective of this architecture was to create a frame to evangelize the natives. One or two friars per locality were in charge of this mission. With so few troops, it is understandable that, instead of teaching Spanish to the natives to evangelize them, they learned their languages. They wrote the first vernacular languages grammars and dictionaries helping in this way to fix them and to preserve them.

In Spain the origin of churches, even the conventual ones, was very different. Monasteries and convents were built to host religious communities in an already Christianized territory.

On the other hand, the conditions of the natural environment in the Philippines are very different from those of Spain, where a tropical climate like that of the Philippines is not found in any of its regions, nor a seismicity as marked as that of the islands. For this reason, the Spanish-Filipino architecture cannot formally resemble much the architectures of the different Spanish regions.

From the typological point of view, there is a spatial element the cloister, which is fundamental in conventual architecture in Spain, and in the whole Europe. We rarely find cloisters in Spanish-Filipino architecture.

Eventually we might say that the Philippine ecclesial complex is an adaptation of the early New Hispanic one, which in turn is a projection of Spanish models adapted to its reality.

 Residential architecture. Seismicity was logically a fundamental factor in the development of Fil-Hispanic architecture, which has its greatest model in residential architecture. Following a trial and error process over the years, decades and even centuries, the ancestral houses of the mid-late 19th century are a magnificent and highly refined example of architecture adapted to its environment. The bahay na bato perfectly embodies the botanical simile by Julián Marías above mentioned. Starting from the bahay kubo pattern, new elements and concepts are introduced upon it as grafted elements. For instance the ground floor stone walls.

Other typical elements of Fil-Hispanic architecture are the capiz windows, which enclosures the upper floors. They have nothing to do with the enclosures in Spanish architecture: the sliding panels whose structure is a wooden lattice filled with shells, have an evident formal kinship with the shoji enclosure panels from Japan or Korea, with the substantial improvement that capiz on paper supposes. Capiz windows are also found in Goa, former Portuguese colony in India. Scholars are now in the debate whether they were taken from West to East or the other way around. Anyhow the capiz panel is something purely Filipino: what comes from Spain is the concept of enclosed space, not the form, which comes, presumably from Japan. So a concept brought from Spain, the enclosed space is the vehicle for the arrival of other foreign influences to create something purely Filipino.

The bahay na bato has managed to preserve through the years the features of the bahay kubo that make it so suitable to the physical environment: earthquake resistance and adaptation to the climate.  The bahay na bato are boxes-like that can be opened laterally, inviting the refreshing breezes, carriers of comfort to come in.

Unlike the current buildings, non-practicable glass boxes, tropical (infernal) greenhouses in which comfort can only be achieved by consuming enormous amounts of energy, contributing to the destruction of the planet. Unfortunately, the repertoire of the Fil-Hispanic architecture has not been very much appreciated during the longest part of XXth century, when International or Modern style was ruling all over the world. This repertoire offers timeless lessons to the architects as those related o space and light the two essential ingredients of Architecture.  

In that process trial and error mentioned above, it is interesting to notice how the bahay na bato managed to regain the seismic stability that the bahay kubo always had. These ones, supported on their legs, danced when earthquakes, as Fernando Zialcita tells us poetically in some of his rehearsals. Stone does not work well when earthquakes occur. We know that the first generation of stone buildings collapsed during Manila 1645 earthquake. Constructors of bahay na bato learned that with an adequate distribution of masses their buildings would resist the shakes: heavy masses at the lower part and light masses at the upper ones. In spite of their weight, tiles, so associated with Spanish, and also Chinese, architectures, continued to be used until the last decades of the Spanish presence in the archipelago. After de 1880 earthquake the use of a new construction material then, corrugate iron, was prescribed instead of tiles for roofing.

This and other prescriptions and regulations were gathered in which is probably one of the first ordinances for seismic stability in history:  Reglas para la edificación en Manila, dictadas a consecuencia de los terremotos de los días 18 y 20 de julio. Neither in Japan nor in the USA we have found a comprehensive regulation as early as this one about the matter. This proves the high level of modernity that the urban Philippines had reached in the 19th century.

Watchtowers and lighthouses. We have seen that Fil-Hispanic religious and domestic architecture do not formally resemble very much to the Spanish ones. We are going to see now some examples where formal similarities are much more visible. That is probably because the nature of these structures is rather engineering than architectural type: fortresses and lighthouses.   

There are some unique elements that highlighted –some are still highlighting– the coasts of Spain and the Philippines. I mean watchtowers and lighthouses. The first ones from the seventeenth century, perhaps earlier, and the last ones from the middle of the nineteenth. The construction of watchtowers was necessary on the Spanish Mediterranean coasts to prevent and deal with attacks by Berber-Muslim pirates from North Africa. In the same way, these towers were built on the coasts of Visayas and Luzon to watch the arrival of Muslim pirates from Mindanao, Jolo or Borneo who ravaged with their raids the coastal populations of the Christianized islands.

Philippine coastal watchtowers have very different shapes; not all of them have resemblance with the Spanish ones. Some of these watchtowers were at the same time churches belltowers. But if we go to Ilocos coast we will find structures the look very Spanish. I mean those conical shaped watchtowers as in San Esteban, Santiago or Sulvec. We find similar structures not only in other watchtowers in the Mediterranean coasts but also in windmills in La Mancha or Murcia.   

Regarding lighthouses, a plan was developed in order to mark the coasts of the territories that were part of the Spanish kingdom, with no distinction between the mainland and the overseas territories. The coasts of Cuba, Puerto Rico and the Philippines had the same consideration than the Cantabrian, Atlantic and Mediterranean peninsular coasts, as well as those of the Balearic and Canary Islands. So we find very similar structures dating from the same time either in Spanish or Philippine coasts.

Intramuros has the best-preserved bastioned perimeter of the Hispanic world, only after Cartagena de Indias in Colombia. Bastioned architecture constitutes the first example of globalized architecture (or engineering) in history. From Ibiza to Manila, passing through Africa and America, the cities of the Spanish and Portuguese empires present a big homogeneity in their wall systems. Sentry boxes, bulkwarks, ravelins, cavaliers, gates… in different continents have a big formal resemblance.

The checkerboard layout and the bastioned fortifications, which enclosed them, are compositional elements, or construction, common to Latin America and the Philippines, belonging to an order that extends throughout the world, as will also happen in the 19th century with the eclectic architecture and later with the International style.

  

Conclusions

-        - The Spanish influence in Philippine architecture is obvious since the architecture is the manifestation of one nation  culture and identity, and the Spanish ingredient is a substantial part of Philippine culture and identity (Nick Joaquin)

 -  The influence of Spain in Philippine architecture is rather conceptual than formal.

 -   The Spanish presence in the Philippines was the vehicle for the creation of a new and unique culture by grafting inside the local reality concepts and principles and by allowing other cultures as the Chinese being actors in this process of becoming.  

 



[1] Based on medieval new towns (Reconquista)

jueves, 4 de junio de 2020

ANTONIO BONET EN MANILA (in memoriam)

               

           ¡Claro! La conductora es extranjera; si hubiera sido filipina no nos hubiéramos chocado. Exclamó Antonio Bonet, que tras apenas una semana en Manila, se había dado perfectamente cuenta de que para los conductores filipinos la distancia de seguridad se mide en milímetros.

                Había encontrado yo un hueco en la calle Wilson, aparcamiento en paralelo, y me disponía a ocupar ese hueco, al tiempo que en el espacio adyacente otro coche hacía maniobra para salir; había espacio suficiente para que cada coche hiciera su maniobra correspondiente, pero ¡zas!, se produjo la colisión. Salí del coche para ver si había daños, y hablar con el conductor del otro vehículo, que resultó ser una señora norteamericana que había vivido hacía algunos años en Manila y volvía para visitar a sus amigos. De pasajeros  llevaba a Antonio y a Xavier Huetz de Lemps. Les llevaba a Greenhills, al mercado de perlas, visita inevitable para todo extranjero que se acerca a Manila.

                Salieron del coche conmigo para apoyarme en caso de trifulca con el conductor del otro coche, algo inevitable en España o en Italia, y harto improbable en la geografía asiática. No hubo daños en ninguna de las dos carrocerías, dado que estábamos prácticamente parados, y el encuentro con la turista norteamericana acabó siendo muy cordial.

                Corría el año 2002, el segundo en el que yo ocupaba el puesto de director del Instituto Cervantes de Manila, algo que nunca pude imaginarme iba a ocurrir, y a lo que incluso renuncié en primera instancia cuando me lo propusieron –¿qué pinta un arquitecto en el Cervantes, alegué?- pero que resultó encajarme como anillo al dedo. Habíamos organizado un congreso internacional sobre arquitectura hispano filipina, cuyo ámbito se amplió a la arquitectura colonial de otros países del sudeste asiático, condición sine qua non para poder recibir financiación de ASEF (Asia Europe Foundation), con sede en Singapur, que entonces presidía el diplomático español Delfín Colomé.      

                Vinieron a Manila participantes de Malasia, de Indonesia, de Holanda, de Francia y de España, que se unieron a la nutrida participación filipina. No acabábamos de identificar un keynote speaker que abriera el congreso con una ponencia magistral. Y fue Delfín quien propuso que invitara a Antonio Bonet, lo que tenía mucha lógica pues al patrimonio arquitectónico hispano filipino se le etiquetaba entonces como perteneciente al estilo earthquake baroque[1], y el historiador indiscutible del arte barroco era Antonio Bonet, de quien naturalmente yo tenía múltiples referencias, pero a quien no conocía personalmente.

                Dio la casualidad de que Antonio viajaba a Manila en el mismo vuelo que Xavier Huetz de Lemps, historiador francés interesado en la vertiente sociológica del urbanismo hispano filipino, que había disfrutado de una residencia en la casa de Velázquez de Madrid, y a quien conocía personalmente de los congresos de la AEEP (Asociación española de estudios del Pacífico) que entonces vivía sus años dorados[2]. A pesar de que viajaban en clases distintas – Antonio fue el único participante que el presupuesto nos permitía traer en business- y de que Antonio le debía doblar la edad o casi a Xavier, cuando les encontré en el aeropuerto al final de ese largo pasillo de llegadas de NAIA que antecede a la zona de control de pasaportes, parecían ya dos buenos amigos que se conocieran de toda la vida. Había muchas razones para la empatía, entre ellas el que Antonio tuviera una conexión tan profunda con todo lo francés y el que Xavier fuera ya un investigador de primer nivel, pero es que la cercanía de Antonio era la de ese tipo de personas, a las que desde la primera vez que las ves parece que las conoces de toda la vida. 

                Xavier llegó derrengado, no es para menos tras semejante viaje; sin embargo Antonio con ese porte de gentleman a lo Cary Grant, llegaba impecable como si el origen de su vuelo no hubiera sido Madrid un día y dos escalas antes, sino la cercana ciudad de Cebú. Vale que venía en business, y aun así, peo es que ya estaba más cerca de los ochenta que de los setenta.

                Les llevé al hotel Manila Midtown, el mismo en el que yo me había quedado unas semanas a mi llegada a Manila, hasta encontrar piso, hotel magnífico, hoy desaparecido,  fulminado por la hiperdinámica evolución típica del sector inmobiliario en los países asiáticos. Ya había caído la tarde.

        -     Supongo que querréis descansar. ¿A qué hora paso a recogeros mañana?

les pregunté a mis invitados.

        -     Javier he visto que el cementerio de Paco no está lejos de aquí. ¿Podemos ir ahora?

contestó Antonio, dejándome perplejo.

        -    Sí, claro, aunque no vamos a ver mucho porque ya está todo oscuro y no sé si lo cierran por la noche.

    -    Estupendo. Así sé dónde está y me puedo acercar mañana o en cualquier otro momento; que tú estarás muy ocupado.

                 Xavier debía estar deseando llegar a la habitación, y dormir esas pocas horas que te permite el jet-lag la primera noche. Su cara lo proclamaba a los cuatro vientos. Pero su gallardía no le permitía quedarse en la habitación mientras Antonio empezaba sin ninguna dilación a explorar el patrimonio arquitectónico y urbano de Manila.

    -   Bueno, dejad las maletas en la habitación, refrescaros un poco, y yo os espero aquí en el lobby.          

                 La verdad es que en los cinco años largos en lo que estuve dirigiendo el cervantes[3] de Manila, en mi primer etapa, y en el año que llevo ahora, no he visto a nadie que llegara con tanta energía, que disfrutara tanto de todo, y que reaccionara a todo lo que nos pasaba –hasta a los accidentes- de manera tan positiva. Le parecía todo fenomenal; la comida estaba siempre buenísima en todos los restaurantes a los que íbamos, y ni siquiera el imposible tráfico de la gigantesca metrópoli filipina le perturbaba.

           Con extraodinaria sencillez ostentaba una indiscutible autoridad que iba más allá de lo académico. Tras el incidente de la colisión aparcando el auto, ya en el mall de Greenhils, era divertidísimo ver a Antonio regatear con los vendedores. Cogía los artículos que le interesaban y después de que el vendedor mencionara un precio, Antonio le decía:

        -    No, no, no. Mira: te doy esto. (mostrándole unos billetes). Ya está, ya está.

Y asombrosamente, el vendedor aceptaba sin rechistar el precio que había decidido Antonio.  

               Tras finalizar el congreso algunos de los participantes, entre ellos Antonio y Xavier, se quedaron el fin de semana en Manila. Aprovechamos el sábado para hacer una excursión visitando las iglesias franciscanas de la Laguna de Bay. Se nos unió Gemma Cruz, la que fuera Miss Internacional y ministra de Turismo, gran defensora del patrimonio filipino[4]. La popularidad y el glamour de Gemma hacía que cuando llegábamos a cada uno de los lugares: Morong, Baras, Pakil, Paete, etc., al poco tiempo de descender del minibús, se corriera la voz por toda la población, y se nos acercaran numerosas personas que querían hacerse fotos con Gemma. Además de Gemma, de entre los componentes del grupo, guiris o filipinos, pero todos con innegable aspecto de turistas, destacaba Antonio, que con su impecable traje blanco, su intacta cabellera también blanca parecía un actor de cine. La verdad es que Antonio y Gemma hacían una pareja de cine, y los parroquianos nos preguntaban si el grupo venía directamente de Hollywood.

                Algunos años después de aquel congreso, en 2005, publicamos sus actas en forma de libro, al que titulamos Endangered, siendo nuestra publicación más vendida en distintas ediciones de la anual Feria del libro de Manila. Comienza con el ensayo Barroco hispano en el que Antonio Bonet incorpora los ejemplos patrimoniales filipinos al gran acerbo de la arquitectura barroca hispánica.       

                Cuando al final de aquel mismo año del congreso fui a Madrid a pasar como todos los años las fiestas de Navidad, Antonio me invitó –tal como me había prometido en Manila- a cenar en compañía de Monique su mujer, en un restaurante que frecuentaban en las inmediaciones de su domicilio en pleno centro de Madrid. Todavía no conocía a sus hijos, Pedro, el músico y Juan Manuel –que con el pasar de los años sería primero compañero en el Cervantes, y luego mi jefe como director de la institución.

                Por aquellos años, 2003 y 2004, aunque seguía en Manila, iba con cierta frecuencia a Madrid, a ver a mis padres casi nonagenarios, y aprovechaba siempre para ver a Pedro Navascués que fue mi director de tesis, y que me solía citar en la Academia de BBAA de San Fernando donde a la sazón era Secretario general. Siempre aprovechaba para ir a saludar al director de la institución que no era otro que Antonio, quien siempre me recibía con su proverbial simpatía y buen humor. Pasábamos un rato muy agradable rememorando anécdotas de aquella semana tan especial en Manila. También siempre me preguntaba por nuestro amigo común, el “diplomático músico”, como él decía, quien seguía su carrera en Asia.

                Su memoria era prodigiosa; la última vez que pude comprobarlo, la última que le vi, fue –cómo no- en la Academia, aunque ya no era presidente. Discurrían los últimos días de 2017. Unos amigos habían quedado con el Secretario, José Luis García Del Busto para visitar con él, en el museo, una exposición magnífica sobre Ventura Rodríguez: me invitaron amablemente a unirme al grupo. Al reunirnos en el despacho de G. Del Busto, les hablé de mis visitas a aquel edificio y de mis encuentros con Antonio, insistiendo en que se acordaba de los detalles más nimios de su estancia en Manila. Me dijeron que seguía yendo mucho por allí, que estaba muy bien aunque llevaba un poco mal lo de tener que ir en silla de ruedas; su coquetería le había hecho resistirse mucho a ello.

                Estaba recorriendo la exposición con Del Busto y estos amigos cuando mira por donde aparece Antonio en su silla de ruedas. Fuimos a saludarle; tardó unos pocos segundos en reconocerme: hacía por lo menos cuatro años que no me había visto, en la ceremonia de ingreso en la academia de otro insigne amigo, Alberto Campo Baeza.

-          ¿Te acuerdas Javier de aquel día en Manila que …

Miré a mis amigos, encogiéndome de hombros:

-          ¿No os lo decía?          

                        Trabajar en el Instituto Cervantes, donde llevo casi veinte años, y eso que yo no me veía, me ha aportado muchísimas cosas, pero la más impagable es la de haber podido conocer, tratar, e incluso hacerme amigo de personas tan extraordinarias como Antonio Bonet Correa.

                        ¡Gracias infinitas Antonio: qué privilegio el haberte conocido!


[1] Término acuñado por Pal Keleman, que pudiera ser de aplicación a las construcciones filipinas, principalmente iglesias, construidas en los siglos XVII y XVIII, pero en el que difícilmente encajan las construcciones del siglo XIX.

[2] En aquellos años presidida por Leoncio Cabrero, e impulsada siempre por Rafael Rodríguez-Ponga, jugó un papel muy importante en despertar el interés de la sociedad española por los estudios sobre Asia-Pacífico, y en especial sobre Filipinas. 

[3] Aunque parezca un sacrilegio escribir cervantes con minúscula, reivindico esta grafía cuando nos referimos –nombre común- a uno de los más de sesenta centros que el Instituto Cervantes tiene en todo el mundo.

[4] Autora de varios libros y columnista, Gemma Cruz ha ocupado diversos puestos en la administración filipina, entre ellos el de Directora del Museo Nacional. Donó la sustanciosa cantidad recibida al ganar el concurso de Miss internacional a instituciones benéficas. 


domingo, 5 de abril de 2020

¿TRAERÁ EL COVID -19 LA SALVACIÓN DEL PLANETA?





Por primera vez en su historia, la humanidad sufre un ataque del que son objeto todos sus pueblos y naciones. Hasta ahora ese ataque global era solo una posibilidad reflejada en  películas de ciencia-ficción en las que el mundo es atacado  por extraterrestres, y en las que toda la humanidad es objeto de destrucción o de conquista subyugadora. 

En una guerra nuclear toda la humanidad podría haber sufrido, o podría sufrir, la aniquilación como consecuencia de un enfrentamiento entre dos o más potencias. La amenaza de que, meteoritos aparte, pudiera desaparecer nuestra civilización, la vida en nuestro planeta, como consecuencia de una guerra nuclear, se hizo realidad cuando al menos dos potencias antagónicas dispusieron de arsenales de armas con capacidad para destruirlas por completo. Aunque pareciera absurdo que los dirigentes capaces de desencadenar esa destrucción masiva fueran a propiciar su propia destrucción (y la de sus pueblos), episodios de la historia nos recuerdan que no hay garantía absoluta de que ello no pueda ocurrir. Las últimas generaciones, como nos ha recordado Bill Gates, hemos vivido con esa amenaza nuclear. Amenaza al fin y al cabo, que se ha ido controlando bastante bien. Las de Hiroshima y Nagasaki fueron las primeras y últimas bombas atómicas arrojadas sobre seres humanos.

La existencia de seres inteligentes fuera de la Tierra es una posibilidad que muchos sostienen. El avistamiento de ovnis para muchos lo prueba. Pero no hay evidencia de que existan esos seres ni mucho menos de que quisieran destruirnos.

El ataque generalizado a todos los habitantes del planeta Tierra era hasta hace muy poco una remota amenaza, una especulación teórica sin influencia alguna en nuestras vidas.

Pero he aquí, como ya advirtiera Bill Gates, que un ataque real, se ha cernido sobre todo el planeta. No es nuclear, es microscópico; no es ciencia-ficción, aunque lo parezca, es real. Las características biológicas del virus, y las circunstancias actuales del medio, extremadamente abierto como consecuencia de los procesos llamados de globalización, han provocado que el agente destructor, la enfermedad, no se detenga en ninguna frontera, y ataque por igual a pobres que a ricos. Todo ser humano es susceptible de ser alcanzado por la enfermedad.  Y eso ocurre por primera vez en la historia.
Además, como cada persona es capaz de transmitir la enfermedad, cada persona actúa a su vez como un arma que puede causar la muerte retardada, con su sola presencia, de los seres menos inmunes con los que se cruza. Todos somos bombas de relojería andantes, hasta los niños, especialmente ellos, que curiosamente son los menos vulnerables.

Por primera vez todos hemos comprobado que somos vulnerables ante una misma causa o agente destructivo. Todos, sin excepción. Y no en un libro que hemos leído, en una película que hemos visto; no es una posible amenaza, no es una pesadilla de la que nos acabamos de despertar; es una realidad que está afectando a nuestra vida, que está afectando a todas nuestras vidas.

Y podría ser mucho peor; puede ser todavía peor; si el virus se transmitiera por el aire que respiramos, si su letalidad fuera mayor... Nos hemos damos cuenta colectivamente y casi al unísono de que como especie somos muy vulnerables; somos vulnerables como lo fueron los dinosaurios.

La amenaza que representa el cambio climático, provocado por la acción devastadora del hombre sobre la naturaleza, es una amenaza tan real como la nuclear, que algunos se han tomado muy en serio en las últimas décadas, pero que no todos se lo han tomado tan en serio. Como en los tiempos iniciales de la pandemia del Covid-19, muchos creen que el cambio climático no es para tanto, que a nosotros no nos va a afectar (los icebergs no se derriten en Londres), que ya se tomarán medidas cuando la cosa se ponga peor, que no está cien por cien demostrado que el agujero de la capa de ozono se deba a la acción humana, etc. No nos hemos tomado en serio, no hemos llegado a interiorizar la idea de que la vida en el planeta está amenazada, de que puede desaparecer, de que tarde o temprano nos va a afectar a todos de manera irreversible.

Por cierto que la naturaleza se está dando estas semanas un respiro. Los cielos horriblemente contaminados durante décadas de las megalópolis se han limpiado y lucen intensamente azules. Aparecen en el horizonte montañas que ya no sabíamos que estaban allí y que podíamos ver desde nuestras ciudades. Hasta la capa de ozono se está regenerando; algunos por ello han querido ver en el virus un instrumento de un mecanismo de ajuste de la naturaleza.   

Nos ocurre a nivel de especie como al fumador crónico le ocurre a nivel individual; sabe que el tabaco le puede matar, sabe que no es lógico seguir fumando, que debería dejarlo, que es absurdo día a día seguir intoxicándose. Y hasta que algo o alguien no provoca un click en su interior, no le nace la determinación inequívoca de dejar de fumar, no interioriza esa idea; y sólo a partir de ese momento del click es capaz de poner en práctica las acciones necesarias para conseguir su objetivo de liberarse de la tiranía del tabaco. Lo mismo podría decirse que ocurre con determinadas relaciones humanas.        

El Covid-19 podría ser el desencadenante de que se produzca ese click en nuestro interior que nos haga tomarnos a todos muy en serio el hecho de que la acción del hombre sobre el planeta puede destruirlo, y va a destruirlo si seguimos así, como antes de que el mundo se parara en marzo de 2020. Ese click a partir del cual seamos plenamente conscientes de que no es solo una teoría, una película o una pesadilla, sino que es algo muy real que acabará afectándonos a todos, de forma dramática, tal vez destruyéndonos a todos.

El fumador empedernido ha sufrido una bronquitis aguda que le ha tenido postrado, y que le ha hecho ver cuál puede ser su triste final. Ha visto el final de otros fumadores como él, cuyo sistema inmunológico estaba más débil. Si no deja de fumar ya, tarde o temprano seguirá el mismo camino. Si la humanidad no aprende de esta crisis llegarán otras crisis de consecuencias mucho más devastadoras.

El aspecto más significativo, aun siéndolo mucho, no es el cuantitativo. No sabemos cuántas muertes acabará causando el Covid-19. Algunas fuentes auguran el millón. Son muchas, demasiadas en términos absolutos, pero si las comparamos con las provocadas por otras causas: 1,3 millones de personas mueren al año en las carreteras del planeta; casi diez millones al año de cáncer; más de 6,3 millones de niños por causas relacionadas con la desnutrición; más de ochocientas mil personas se suicidan cada año; se estima que la mal llamada gripe española de 1918 acabó con la vida de entre veinte y cuarenta millones de personas. Vemos que en términos relativos la mortandad ocasionada por le Covid-19 no es mayor a la de otras lacras que ha padecido o padece la humanidad. Lo realmente extraordinario, además de que la contabilidad de estas muertes se hace pública al día, casi a la hora, es que haya afectado a todo el mundo y que haya provocado el cese de la actividad humana en el planeta, mostrando la vulnerabilidad del mismo y de los sistemas sociales y económicos que rigen la vida en él.   

La crisis del Covid-19 pone en evidencia la necesidad de trabajar conjuntamente y de adoptar políticas comunes a nivel planetario, y de que eso sea una prioridad: que el mundo sea uno (and the world will be as one), no sólo en nuestra imaginación sino en la realidad. Constituye además una advertencia muy seria sobre la vulnerabilidad del planeta y de la especie humana. Una nueva advertencia[1] que ha paralizado el mundo, y que debería propiciar el nacimiento de un nuevo orden social, económico y sobre todo político.    


  


       



[1] Paul McCartney que no es un letrista como pudieran serlo Cohen, Dylan o Aute, es capaz de crear quizás como ningún otro autor contemporáneo, con gran sencillez (cultura pop) icónicas metáforas sonoras sobre temas de absoluta trascendencia: Eleanor Rigby (la soledad), Yesterday (la memoria), Let it be (la aceptación). La canción Despite repeated warnings, el decimocuarto corte de su último álbum Egypt Station, simboliza líricamente la actitud irresponsable y suicida de algunos políticos ante la realidad del cambio climático.

miércoles, 25 de marzo de 2020

VEINTITANTAS HORAS EN HUE, (JUNIO 2004)



VEINTITANTAS HORAS EN HUE, (junio 2004)

A mi izquierda discurre el río Huang, cuyo nombre, traducido, viene a querer decir "de los Perfumes". A mi derecha se van sucediendo las edificaciones, cada vez más escasas a medida que mi bicicleta me aleja de Huế. Paro para hacerle foto a una monumental portada que quizá dé acceso a algún templo, antigua residencia de mandarines, o vaya usted a saber. Sigo mi recorrido, hasta que alguien al borde del camino me hace parar, indicándome que debo "aparcar" la bicicleta en una zona en la que se encuentran modestos puestos de souvenirs, y de refrescos. Todo parece indicar que he llegado a la pagoda de Thien Ma, cuya imagen vi por primera vez hace tres años, en la revista de Bangkok Airlines, cuando viajaba desde la capital de Tailandia a Siem Reap, para visitar el sublime complejo de Angkor Vat. La contemplación del escalonamiento ascendente de sus cuerpos octogonales me remitía necesariamente a las formas similares de las torres-campanario de las iglesias filipinas. En efecto, tras andar unos pocos pasos, en una curva del camino que sigue la curva del río, en un montículo, se alzó ante mí la ya familiar silueta, recortada contra un cielo calimoso, azul lechoso. Entre grupos, no muchos, de turistas locales, unas chicas occidentales, probablemente norteamericanas, cuyas formas potentes y curvadas anatomías despiertan en mí ya más interés por su exotismo que por su propio atractivo sexual, acostumbrado a la levedad suave de la mujer oriental.  

            Me llaman la atención unas barandillas con forma esvástica, común en las iconografías de culturas milenarias, antes de ser adoptada como símbolo por los nazis. Tras la pagoda se alza un pequeño templo en cuyo interior un monje hace su ofrenda ante una gran imagen de Buda, entonando características plegarias. El río discurre hermoso a su paso por Thien Ma. Abundan los árboles de fuego, esos que en Filipinas llaman caballeros, incendiando con sus flores rojas el verde paisaje subtropical. Alguna barca, a motor, surca el ancho Río de los Perfumes de cuando en cuando, mientras otras fondean al pie de la pagoda a la espera de capturar a algún turista para hacer el día. Se respira placidez, lejos de los enjambres de motocicletas que recorren las calles de Huế.

            La pagoda no es ya el símbolo de Huế, sino tal vez el icono monumental de Viet Nam. Es difícil competir con el poder icónico-simbólico de una torre: París es la torre Eiffel y no Nôtre Dame; Sevilla la Giralda, y también la torre del Oro. Barcelona las torres de la Sagrada Familia; La Coruña, la torre de Hércules; Nueva York la estatua de la Libertad, que es una torre con forma de mujer.

            Tras hacer un buen número de fotos me dispongo a recuperar mi bicicleta, previo pago de veinte mil dongs, que al cambio son unas veinte pesetas. Al depositar la bici me habían dado un cartón con un número, el mismo que el muchacho que me atendía había escrito con tiza sobre el sillín. Viet Nam empieza a ser un país turístico, y aunque sin llegar a los extremos de otras latitudes donde enjambres de vendedores ocasionales acosan al turista con la venta de baratijas, camisetas o bebidas -el caso más lacerante que he padecido es el de Borobudur, en Java- va por ese camino. Los barqueros apostados al pie de la pagoda querían a toda costa llevarme a dar una vuelta por el río. Aunque siempre es agradable el paseo en barca por un caudaloso río, no era ése mi siguiente objetivo, sino la visita a la tumba del "emperador" Tu-Duc.
Al otro lado del río, desperdigados por el campo, hay una serie de complejos funerarios de mucho interés, como Tu-Duc Tomb. Empecé a dudar entre volver a Huế por donde había venido -idea inicial- y visitar la ciudadela, o cruzar el río, y seguir mi expedición sobre ruedas en busca de las tumbas de los emperadores. Me decanté por esto último, y acabé por aceptar los servicios de una mujeruca, cubierta con el omnipresente gorro cónico de agricultor vietnamita -que forma parte indisoluble del paisaje de este país- quien me ofrecía cruzarme a la otra orilla del río por una módica cantidad. Tras bajar al embarcadero, subimos mi bicicleta a la barca motorizada, donde aguardaban dos niños pequeños y otra mujer. Saqué más fotos a la pagoda, en máximo contrapicado. Tras cruzar el río, mi sorpresa es que la travesía no termina en embarcadero alguno sino en la orilla pura y dura, con su escarpe y su maleza. Protesto y gesticulo: ¿cómo voy a desembarcar con mi bicicleta, en semejante paraje? La mujeruca saca la bicicleta de la embarcación, y la aposta en la orilla. Me hace indicaciones de que cerca encontraré el camino que me permitirá reanudar mi marcha sobre ruedas. Refunfuñando subo la agreste pendiente desde la orilla, tirando de la bicicleta por su manillar. En efecto, pronto encuentro el camino.

            Mi equipaje se reduce a un bulto, que no es otro que una cartera de cuero para guardar el ordenador, que me había regalado Beatriz en mi último viaje a Madrid, mucho más útil para viaje que la original funda, por disponer de varios compartimentos. El ordenador lo había dejado en el hotel de Hanoi, dentro de la maleta. Para día y medio en Huế, no es necesario mayor equipaje. Además de la muda y objetos de aseo, llevo el móvil, la cámara digital, mis medicamentos, las llaves, el estuche con las gafas... En el camino hasta la pagoda, he colocado la cartera de  cuero en el portaobjetos metálico que tiene la bici detrás el manillar, sobre la rueda delantera. Aunque mi equipaje no pesa mucho, a veces su descompensado reparto me obliga a hacer esfuerzos suplementarios para controlar el manillar. Por ello decido hacer uso de la posibilidad que ofrece la cartera de llevarla en la espalda a modo de mochila. De esa forma la conducción de la bici es más cómoda y equilibrada. Celebro no haber cortado las correas que permiten la posición mochila, y que tan poco útiles me habían parecido al principio, para una cartera de sus características.

            Compruebo que de no mucho me sirve el mapa que llevo, para orientarme en una maraña de caminos rurales. La referencia del río me permite tener una idea aproximada de hacia donde me debo encaminar. Hay casas dispersas a los lados del camino; pregunto por el rumbo que debo tomar a algún que otro caminante que voy encontrando. Es difícil para un occidental hacerse entender en un país como Viet Nam, en cuyo idioma la modulación tonal es esencial. Por ello, para las preguntas me ayudo del mapa, haciendo leer al interpelado mi destino. Sé que más o menos voy en la dirección correcta, aunque sin certidumbre de ello. Voy en paralelo al río; en algún momento deberé torcer en perpendicular. Llego a la intersección con un ancho camino, en el que se encuentra el acceso a una fábrica, cuyas chimeneas se pueden ver a cierta distancia. Me paro y pregunto a dos hombres que forman el retén que controla dicho acceso. Parece que me han entendido; me hacen indicaciones inequívocas de que el camino que lleva a Tu-Duc Tomb comienza más allá. Sigo por tanto por el camino paralelo al río. Oigo un ruido sordo por detrás: será que he cogido alguna piedra, o tal vez el ruido venga de alguna de las casas que flanquean, ahora con mayor intensidad, el camino. Llego a la siguiente intersección: el camino que allí nace, debe ser el que me lleve a Tu-Duc Tomb, según las indicaciones de los guardianes de la fábrica. Me paro para cerciorarme de ello, y preguntó a una de las personas que están ahí, al borde del camino, sentada viendo pasar la vida. Al descargar la mochila de mi espalda, para coger el mapa, ¡plaff!: las llaves caen al suelo. ¡Horror! En alguno de los mete y saca del plano en la cartera no he cerrado del todo la doble cremallera de uno de los compartimentos. Aquel ruido sordo que sentí sólo hace un rato se pudo deber a la caída de alguno de mis objetos. Hago una apresurada revisión de la "mochila", y no echo nada en falta: está la cámara, ¡menos mal!, la bolsita con las tarjetas de memoria suplementaria, el pastillero de plata, el estuche de las gafas de sol que contiene las gafas normales, ya que las de sol las llevo puestas; parece que está todo, pero no obstante procedo a desandar lo andado, hasta la fábrica, escrutinando con cuidado el suelo desde la bicicleta: no encuentro nada. En un momento dado se me acerca un individuo, montado también en bicicleta, que recorre algunos metros conmigo, hablándome en vietnamita: no sé qué es lo que puede querer decirme, o pretender.

Vuelvo a andar lo desandado, y al llegar a la intersección donde se me cayeron las llaves, pregunto por el camino hacia Tu-Duc Tomb, que es en efecto el que allí comienza. Tu-Duc Tomb no está lo cerca que según el mapa -sin escala- parecía estar. A los lados del nuevo camino se ven tumbas aquí y allá. Parece que en Viet Nam los enterramientos se producen casi en cualquier lugar, no concentrándose en estructuras acotadas como cementerios. En cualquier caso, mi destino es un mausoleo real, por lo que el encontrar tumbas en el camino no es mala señal. Por fin llego a una carretera, que viene de Huế, y que conduce con toda seguridad a Tu-Duc Tomb.

            Tu-Duc Tomb es ya un lugar turístico; en sus proximidades hay numerosos puestos en los que se venden refrescos y souvenirs; cómo ocurrió al llegar a la pagoda, alguien sale a mi paso, haciéndome señas para que aparque la bicicleta, en el terreno perteneciente a una especie de garito-merendero.

            La tumba del emperador Tu-Duc es en realidad un basto complejo monumental con diversas edificaciones que se disponen en un acotado parque con frondosas arboledas y un romántico estanque inundado de nenúfares. Tu-Duc fue un emperador, el tercero de la dinastía Nguyen, que reinó en Viet Nam durante buena parte de la segunda mitad del siglo XIX. Aunque albergue su mausoleo, y por eso se conoce como la tumba de Tu-Duc, el complejo era en realidad una residencia de recreo del emperador, que tardó en construirse tres años. Entre sus magníficas construcciones especial encanto tienen dos pabellones de madera situados junto al estanque, o mejor dicho en el propio estanque, pues se levantan sobre pilotes a modo de palafitos, que hacen las veces de embarcaderos.

En el mayor de ellos, en cuya cubierta hay instalada una enorme gárgola cerámica, con forma de pez, entablé conversación con una chica vietnamita que "me recibió" con una cálida sonrisa. Aunque no sea raro, tampoco es tan frecuente encontrar a vietnamitas que hablen inglés. Aunque cada vez vamos más turistas a Viet Nam, todavía despertamos curiosidad, y es bastante frecuente que jóvenes y no tan jóvenes quieran entablar conversación, y hasta lleguen a pedirte amablemente que te hagas una foto con ellos. La chica en cuestión era de Huế y había ido a enseñarle Tu-Duc Tomb a dos amigas suyas de otro lugar vietnamita que habían ido a Huế, probablemente con motivo de su "Festival", gran celebración cultural anual, organizada por las autoridades vietnamitas, con la colaboración de algunas embajadas, sobre todo la francesa, y que se celebraba justo durante aquella semana. Quizá lo más destacable de Tu-Duc Tomb sea la armonía de todo el conjunto, el equilibrio entre los pabellones edificados y los elementos naturales que los rodean.
           
            Hace calor y tengo sed. Antes de entrar en el complejo me había tomado ya un refresco en uno de los garitos de la entrada. Al salir de Tu-Duc Tomb, voy a recoger mi bicicleta del merendero-párking donde la había dejado, y aprovecho la doble función del establecimiento para beberme el agua de un inmenso coco que la amable señora que custodia la bicicleta me despacha. Tras refrescarme, inicio el camino de regreso a Huế. El otro complejo funerario que quiero visitar está bastante alejado y ya va siendo tarde; además estoy bastante cansado, tras las peripecias y el ejercicio en la bicicleta. A los cinco minutos de pedaleo, me adelantan unas muchachas en motocicleta que me saludan con efusión: es "mi amiga", que regresa a Huế, con sus dos visitantes. A medida que me voy acercando a Huế, aumenta no sólo el número de edificaciones, sino también el de motocicletas, que se mueven como hormigas, en movimiento continuo y por todas direcciones: parece milagroso que no haya choques continuos, pues nadie frena; todos driblan.
Por fin llegó a la calle principal de Huế, la que discurre paralelamente al río, en la que se ubican las edificaciones institucionales, testimonio de un pasado colonial, periclitado no hace tanto tiempo. Me detengo junto a un monumento que se levanta junto al río en un mirador que lo domina; está dedicado a la memoria de héroes pertenecientes a un movimiento revolucionario de comienzos del siglo XX. Termino mi jornada ciclista en la calle trasera del hotel, devolviendo la bicicleta. Con el señor que me la alquiló, en la mañana, se encuentra una jovencita, que deduzco es su hija, la cual me habla en un correcto francés, que según me dice aprendió allí mismo en Huế, en la escuela.

Tras pagar el alquiler de la bicicleta, me encamino a mi hotel, el Morin Saigón, en el que  tenía la reserva hecha por la agencia de viajes de Hanoi, con la que Manuel, el aulero, había  contactado para organizar mi excursión a Huế. Cuando llega uno a un hotel, siempre tiene sus dudas, sobre la comodidad de la habitación, su higiene, etc. Por la mañana, al registrarme, había podido comprobar que se trataba de un hotel antiguo, aunque en buen estado. Lo único que había visto era el vestíbulo, de aire colonial, sin aire acondicionado, lo que en principio me hizo pensar que no era "de lujo", suscitando mis dudas sobre la comodidad de la habitación.

El Morin-Saigon ocupa una manzana completa: la fachada principal se abre al río, a través de la calle principal de Huế, que corre paralela al mismo. El ruido que hace el enjambre de motocicletas que continuamente la surca, horriblemente molesto. Había pedido una habitación que diera al río, para gozar de su vista. Me di cuenta de que ello quizá me iba a impedir pegar ojo, si el tráfico de motocicletas se prolongaba de madrugada, lo que no sería de extrañar, pues era sábado, y estábamos en pleno festival. Al subir, por fin, a la habitación, me llevo una sorpresa muy agradable: pues es muy espaciosa, está magníficamente amueblada, y el baño es nuevo. El hotel, que data de 1901, ha sido recientemente restaurado, conservando íntegro su rancio sabor colonial; no es que sea, o deje de ser de lujo -que sí que lo es- es que probablemente sea uno de los hoteles con más encanto del sudeste asiático.

Pero como nada es perfecto, compruebo que la carpintería no aísla del infernal ruido que producen las motocicletas, y que el río no se ve, pues los árboles lo tapan. Sí puedo ver el puente por el que en la mañana había cruzado el río, que presentaba una curiosa imagen nocturna: los distintos tramos -formados por arcos metálicos, de los que cuelga el tablero- estaban iluminados con luces que iban cambiando de color. También divisaba desde mi balcón, en la otra orilla, una noria, y se hacía muy patente el bullicio de una ciudad en fiestas, con música a todo volumen. Tras tomar posesión de mi aposento, ducharme y hacer el inevitable recorrido por los canales de la cable TV, me lancé a la calle, aceptando la invitación que la noche, de agradable aunque algo calurosa temperatura, me ofrecía.

               Quizás lo suyo hubiera sido tomar alguno de los barquitos para turistas que hacen recorridos nocturnos por el río de los Perfumes, pero yo me puse a andar por un paseo peatonal que discurre justo por la ribera, por delante de la calle del Morin-Saigon. Entre ambas calles se disponen hoteles de aire francés que alojan en la actualidad instalaciones de instituciones públicas, algunos hermosamente iluminados; también abundan los restaurantes, muy concurridos. Por todas partes letreros y pancartas que hacen referencia al Festival de Huế, 2004. Y en el propio paseo una exposición de pintura infantil, y diversas "instalaciones vanguardistas", la más llamativa quizás, una constituida por escobas. No tengo hambre como para cenar: cuando uno se da un tute como el que llevaba yo, y tras haber bebido miles de litros de líquido, no se tiene hambre. Quizás picar alguna cosa, algo rápido, pero no una cena formal. Comer solo es tristísimo. En la silla vacía, frente a ti, se sienta la soledad a observarte. Lo malo de no comer en estos viajes, es que así pierdes la oportunidad de conocer las particularidades de la cocina local.          

            Quizás anduve durante media hora, hasta llegar al final de la ribera peatonal, donde se tiende el otro puente que une las dos orillas de Huế; allí me di la media vuelta, para volver por donde había venido. Al llegar a cierto punto se me acerca un niñito de unos seis años que jugaba con otro a la pelota; a la ida a punto estuve de darle yo una patada a esa misma pelota que venía mansamente hacia mí, pero se me adelantó una turista que chutó devolviéndola hacia donde estaban los niños, golfillos de la calle; no reparé en la ida que entre patada y patada a la pelota los críos mendigaban; pero a la vuelta uno de ellos me extendió la mano, persiguiéndome un rato con la mano extendida.

Seguí mi camino dispuesto, como cotidianamente en Manila, a no alentar con mi óbolo una mendicidad infantil propiciada por desaprensivos padres que utilizan a las desafortunadas criaturas. A uno siempre le entran remordimientos cuando se ve involucrado en una escena de éstas, y aunque a fuerza de vivirlas en Manila -y de salir de ellas a la voz de walang pera (no hay dinero) con lo que el precoz mendicante comprueba que no eres un turista de paso- el corazón se va endureciendo, uno siempre se queda con la sensación de que algo más habría qué hacer. Tras andar algunos pasos, sentadito en la acera veo a un pequeño harapiento menor del año -todavía no andaba- que era "cuidado" por los dos "futbolistas". Aunque no iba a resolver el problema de los golfillos de Huế aquella noche, sí que podía hacer algo más que seguir andando de vuelta a mi hotel: retrocedí hasta un puesto de bebidas por el que acababa de pasar y compré unos zumos de frutas que entregué a los chavalines. Fue enternecedor ver cómo el más travieso y descarado de los dos fue inmediatamente a darle de beber el zumo al chiquitín. Éste bebía con fruición, mientras el que poco antes gamberreaba descarado se convertía en cuidadosa nodriza, encorvada su frágil anatomía sosteniendo el tetrabrick y la pajita para que su ¿hermanillo? pudiera beber. Era enternecedor: me dieron ganas de sacar una foto, pero inmediatamente pensé qué era sacar una utilidad de la desgracia ajena, y me contuve (mal reportero hubiera hecho yo).

Los paseantes se paraban a mirar curiosos: hasta se formó un grupito. Una niña sonriente y cuchicheante sacó una cámara para hacerles una foto, lo que me apresuré a evitar: "esto no es un espectáculo, ni es divertido; es muy triste", dije, así que nada de fotos. Los viandantes siguieron su camino, pero dos niñas de unos catorce años se quedaron allí, y una de ellas cogió al pequeño en brazos. Le dije si era de Huế o turista, como la mayoría de los viandantes. Me contestó que sí, era de allí, y veía con frecuencia a los niños: ella también les había comprado comida alguna vez. Hablamos un ratito: la conversación, pronto se agotó, y yo seguí mi camino hasta llegar al hotel, con el temor de que el ruido de las motocicletas no me dejara pegar ojo en toda la noche. Estaba cansado.

Tras darme una ducha, me metí en la cama, recorriendo los distintos canales internacionales de televisión, más que nada para que el ruido de la tele enmascarara al más desagradable de las motocicletas. Me puse a pensar en lo que iba a hacer al día siguiente: visitar la ciudadela, y el otro gran mausoleo, más alejado de Huế, calculando la hora a la qué debería levantarme, para poder hacer con holgura el programa deseado. "Llamaré a recepción para que me despierten a la hora oportuna", pensé, "y pondré también el despertador del móvil, por si acaso". "El móvil ¡El móvil! ¡Maldita sea!¡El móvil! Ha sido el móvil, claro lo que se me cayó en el camino de Tu-Duc Tomb. ¡Maldita sea!" Profundamente cabreado por la pérdida del móvil, apenas reparé, al apagar la televisión, en que el ruido de las motocicletas en la calle había cesado.